martes, 13 de septiembre de 2016

Colectivismo, un enemigo de la libertad

El libertario sabe que la sociedad perfecta pretendida por colectivistas-utópicos (maxistas-comunistas) representa la negación de la sociedad abierta. El homo liberalis sabe que no hay un criterio razonable para fundamentar la sociedad perfecta. El libertario sabe que el colectivista es un aventurero.

El libertario rechaza la construcción de una sociedad de acuerdo a dictados de la ingeniería social izquierdista. El libertario prefiere la teoría evolutiva de las instituciones (lenguaje, dinero, derecho, ciencia, etcétera) a diferencia de su contrario el utópico que propone el derrocamiento de las mismas en función de lo que él considera debe ser mejor para la sociedad.

El homo liberalis rechaza la teoría conspiratoria de la utopía marxista, según la cual todos los hechos desagradables y acontecimientos negativos serían el resultado de proyectos o conjuras organizadas por gente perversa y malvada. Y la rechaza precisamente porque sabe que la inevitable aparición de consecuencias no intencionadas demuestra que pueden existir fracasos sin culpa y logros sin mérito.

Dado que el utópico colectivista presume que sabe todo lo que tiene que ver con la sociedad (cree saber lo que es el mal, el bien y propone un hombre perfecto que pueda hermanarse con todos sus semejantes), la tradición libertaria es precavida, pues sabe que detrás de un utópico colectivista siempre habita un totalitario.



El izquierdista revolucionario siempre propone una ciudad ideal, un paraíso en la tierra, una humanidad distinta que no tenga que ver con la miseria y con el dolor del bajo mundo. El utópico siempre pretende cambiarlo todo, quiere comenzar de nuevo, y quiere hacerlo porque está convencido de que la humanidad ha vivido hasta antes de él, una prehistoria. El utópico es el súper ingeniero histórico social que cambiará todo de una vez para siempre. El colectivista es un fantasioso.

El utópico exige siempre el sacrificio de una generación en aras de la ilusoria felicidad de las generaciones venideras, olvidando por completo que todo hombre es un fin, y no un medio para alcanzar fines de otros. El colectivista termina siendo un inmoral.

Todo revolucionario social termina cayendo en la tentación de la serpiente, pues cree que puede conocer el bien y el mal. Es ingenuo, inocente y charlatán. Niega la experiencia humana, y desconoce majaderamente que toda solución de cualquier problema, crea otros, a veces más graves y más alarmantes que los resueltos. El utópico es iluso.

El colectivista niega que los seres humanos somos herederos de una determinada tradición, y que hemos sido forjados por ella. Desconocer las tradiciones para inventar nuevas, son características comunes de estos personajes. Su descontento con la tradición provoca que la considere su enemiga, y por tanto quiera destruirla para iniciar otra. El utópico es un reaccionario.

Al colectivista izquierdista, en el fondo, no le interesa la humanidad; mucho menos los sufrimientos ajenos. Sus ideas no están en función de los hombres, sino por el contrario, los hombres están en función de sus ideas iluminadas. El utópico es un dogmático.



El colectivista es peligroso porque quiere acabar con todo y hacer tabla rasa de todo lo que existe. Este personaje se presenta como quien posee la verdad total, última y definitiva; por tal razón deduce que los demás, están en el error, enajenados por sus intereses y por su fe ilusoria. El colectivista es irracional e infantil.

Los colectivistas por lo general son esnobs. Son como niños que pretenden entenderlo todo inventando dos o tres fantasmas que suelen ser los culpables de todas las desgracias humanas. Los hay de distintas variedades y formas. El marxismo de género ha ganado terreno últimamente en el sector. Estos últimos ya no quieren imponer la dictadura de la raza como ambicionó el nacional socialismo, ni la dictadura de la clase como pretendió el comunismo como soluciones para iniciar de nuevo. Ahora se pretende imponer la dictadura sin género que acabe con la perversión heteropatriarcal que ha usado el leguaje, la ciencia, la religión judeo-cristiana y el capitalismo para implantar la diferenciación de lo femenino con lo masculino como construcciones patriarcales de dominación. De ahí los ataques a tales instituciones. El colectivista es pretencioso y fatuo.



El colectivista no sabe generar riqueza ni para él, ni para la sociedad. Le intolera que las cosas le cuesten. Detesta la empresarialidad por ser una perversión capitalista. Generalmente vive infeliz. En muchas ocasiones se asume como intelectual. Cree que la sociedad no lo entiende y le parece una injusticia que pequeños comerciantes ganen más que él. Vive dentro de la victimización. Es poco productivo, y si trabaja, lo hace desde universidades públicas, donde se la pasa denunciando al neoliberalismo. Si se convierte en político, usará la bandera de la victimización para adquirir poder. Desde su tribuna nos recordará «ustedes no pueden elegir porque otros han decidido por ustedes. Yo soy su salvador. Yo los proveeré de lo que los demás les han quitado. Yo los voy a proteger». El colectivista es un resignado, un resentido y un populista.




Guillermo Rosas Álvarez

Físico de profesión, micro emprendedor y profesor.

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