miércoles, 1 de octubre de 2014

Mi postura frente al problema del IPN

Una de las quejas de los alumnos manifestantes del Politécnico contra los nuevos planes de estudio (que por cierto no aplicará para ellos, sino para las generaciones venideras) es que incluyen conceptos como “cultura empresarial” o “cultura emprendedora”. Si entiendo bien, esto quiere decir que para los inconformes, la introducción de estos temas indica que los egresados del futuro IPN estarán forzosamente al servicio de las empresas y no de la nación mexicana. Si esto es cierto, ¿los alumnos inconformes que tanto abogan por las generaciones futuras, en realidad preferirán  que los alumnos próximos sean contratados por empresas gubernamentales que por empresas privadas?, es decir, ¿preferirán que los siguientes egresados sean antes burócratas que ingenieros, químicos, físicos, matemáticos, etcétera de empresas privadas?



Resulta asombroso cómo se vincula constantemente en nuestro país y en América Latina en general “lo empresarial” o “lo emprendedor” a cuestiones que vayan en contra de algún orden moral nacionalista o en contra de algo todavía mucho más grave.

Yo veo algunas cuestiones importantes que van en contra de las libertades individuales y que incluso caen en un autoritarismo casi invisible que me gustaría resaltar, considerando que a las actuales generaciones del Politécnico NO se les impondrá ningún cambio ya que como bien se sabe, ninguna ley es retroactiva:

¿Cómo pueden saber los actuales alumnos inconformes del Politécnico lo que desearán las siguientes generaciones de egresados?, ¿qué les hace creer que los siguientes alumnos no quieren tener una “cultura empresarial o emprendedora”?, tal pareciera que se sigue considerando que las empresas e instituciones privadas no generan ningún tipo de beneficio al país, cuando son ellas las que generan más del 70% de la riqueza, productividad y empleos en México. Y no hablo de ninguna trasnacional, ni de ningún monopolio, ni soy pagado por ninguna empresa gigante neoliberal. Hablo de las miros y pequeñas empresas mexicanas constituidas por miles de egresados politécnicos y universitarios.



Me parece que el dogma contra lo privado y la exaltación por el nacionalismo han dañado mucho la conceptualización mexicana. Es increíble que en pleno siglo XXI se siga pensando de esta manera. Los planes de estudios tienen que ser abiertos, plurales y consecuentes ante la necesidad actual del país. Lo curioso es que hoy existe menos “tecnificación” de los alumnos del Politécnico que en sus orígenes, cuando Lázaro Cárdenas lo creó. Hoy el IPN genera investigación nacional y desarrolla tecnología, y justo eso se ha logrado, gracias al vínculo empresarial público y privado con el que actualmente cuenta el Politécnico. Negar esta situación sería faltar gravemente a la verdad.

Como egresado de la Escuela Superior de Física y Matemáticas del Politécnico, y por medio de la experiencia que he tenido en mi trayectoria laboral, considero que los planes de estudio de cualquier carrera del IPN deben diseñarse con miembros del consejo politécnico, por alumnos, por egresados, investigadores, docentes y obviamente por empresarios particulares y con directores de instancias públicas. Sólo así podremos tener un beneficio mayor entre todos.



Continuar con el dogma anti empresarial privado, favorecer al Estado benefactor y además concebir que se puede y se debe actuar “en favor” de las siguientes generaciones porque consideramos que nuestra postura es la ideal para ellos resulta, obviamente, nada democrático,  excesivamente dogmático, y totalmente en contra de las libertades individuales de las generaciones futuras.


Seguir creyendo que el desarrollo mexicano sólo será posible mediante el esfuerzo de las instituciones públicas es incierto, riesgoso y fuera de lugar. De hecho, todos los egresados del IPN logramos terminar nuestros estudios gracias a la captación de los impuestos que hace el Estado de las micros y pequeñas empresas mexicanas de las que tanto parecemos renegar de manera injusta e inmoral. Ojalá pronto asimilemos, que el diablo no existe, y mucho menos, pertenece al sector privado. En cuanto más nos tardemos en entender esta sencilla lógica, menos podremos sacar provecho de las oportunidades y los vínculos entre distintos sectores productivos del país, como ya se hace exitosamente en muchos lugares del mundo.