viernes, 24 de enero de 2014

Homo liberalis

Antigüedad clásica y cristianismo son los verdaderos antepasados del liberalismo, ya que son los antepasados de una filosofía social que regula la relación, rica en contrastes, entre el individuo y el Estado según los postulados de una razón presente en todo hombre y de la dignidad que corresponde a todo hombre como fin y no como medio, y de este modo contrapone al poder del Estado los derechos de libertad del individuo. 
Wilhem Röpke

El liberal es una persona consiente de la falibilidad propia y de los demás, así como la propia y ajena ignorancia; el homo liberalis consiente de que «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente» no se plantea la pregunta sobre quién debe mandar, sino que más bien trata de responder a la pregunta sobre cómo controlar a quien manda; frente al estatismo el liberal es liberalista: defiende la economía de mercado, no sólo porque éste genera el más amplio bienestar, sino sobre todo porque sin economía de marcado no puede haber Estado de derecho –y de hecho «quien posee todos los medio establece todos los fines». El liberal rechaza la idea libertiticida según la cual por encima del individuo habría alguna otra entidad –como por ejemplo el Estado, el partido, la clase, etc.- autónoma e independiente de los individuos: sólo existen individuos. El liberal sabe que la (supuesta) sociedad perfecta es la negación de la sociedad abierta: en todo utópico dormita un cabecilla. El liberal no es conservador: el conservador teme las novedades; el liberal, en cambio, asume la competencia como procedimiento de lo nuevo. El liberal no es anárquico, no es libertario: el liberal admite que hay funciones y tareas que confiar al gobierno. El liberal, al revés que los constructivistas sabe que no todas las instituciones y no todos los acontecimientos histórico-sociales son resultados de planes intencionados, pues se dan efectivamente consecuencias no intencionadas de acciones humanas intencionadas. Y por tanto el liberal es contrario a la teoría conspiratoria de la sociedad, según la cual todos los acontecimientos sociales negativos serían fruto de conspiraciones o conjuras tramadas por enemigos o en todo caso por individuos malvados –lo cierto es que puede haber fracasos sin culpa y triunfos sin mérito. El liberal defiende, contra el Estado omnívoro, los cuerpos intermedios y las instituciones voluntarias. El liberal sabe que el mercado –al igual que la ciencia- es siempre inocente: si alguien obtiene beneficios vendiendo armas o droga, el culpable no es el mercado, sino aquellas personas que las venden y compran, cuya ética es inhumana. Lo que, pues, en este caso hay que reformar no es el mercado sino la ética; y los ineficaces han sido los profetas, maestros y predicadores. Tampoco hay que pensar que el mercado niegue la solidaridad. La Gran Sociedad, ha enseñado, entre otros, F. A. Hayek, no sólo puede ser solidaria porque es rica y por tanto puede permitírselo; sino que debe serlo porque, al haber roto los vínculos que mantenían unidos a los individuos en el pequeño grupo, elimina aquella seguridad y protección de la que gozaban los débiles: de donde el deber del Estado de atender a los necesitados de ayuda. Mercado y solidaridad son perfectamente compatibles. No lo son, en cambio, mercado y derroche de recursos, mercado y corrupción; el estatismo convierte al hombre en ladrón, y transforma a los ciudadanos en mendigos víctimas del chantaje que por oficio son electores. Y por último, el liberal no es anticlerical. Escribe Hayek: «A diferencia del racionalismo de la Revolución francesa, el verdadero liberalismo no tiene nada contra la religión, y yo no puedo menos de deplorar el anticlericalismo militante y esencialmente iliberal que animado a buena parte del liberalismo continental del siglo XIX.»

Friedrich Hayek


1 comentario:

  1. Me gusta tu forma de expresae ideas, ¡Felicidades Guillermo!, tus articulos de este blog son bastante interesantes, el de los discapacitados me gusto mucho \o/

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