Para Popper el totalitarismo moderno lo representa la reacción del colectivismo (sociedad cerrada) a la sociedad abierta (sociedad basada en individuos libres), es decir, la violencia por imponer a toda costa el restablecimiento del orden colectivo; este totalitarismo nunca fue percatado por liberales ingenuos que creyeron que con el fin del muro de Berlín, llegábamos a la recta final hacia la libertad, pues defensores de la tradición de la colectividad reaccionarán para imponer con más ahínco a la sociedad cerrada.
Para Popper, el avance de la libertad individual desencadenará una opresión nunca vista, pues en su amenaza al gran colectivo, se llegará inevitablemente a la reacción violenta de muchos grupos tradicionales [vea el caso del Estado Islámico].
La liberad individual no es otra cosa que la libertad de cuestionar todo lo lo que hemos creído, de subvertir todo lo que existe, cuestionar todo aquello que hemos creído, dejar obsoletas nuestras ideas como nuestras formas de producir y organizarnos. Y en efecto, la libertad amenaza a las comunidades existentes, las solidaridades de siempre, las certidumbres de antaño y crea un desorden permanente: el desorden de la creatividad, del experimento, del cambio, del tratar de ser lo que queremos ser, y aquello para lo cual habríamos nacido según la tradición y la imposición de un cierto orden social.
La libertad es con otras palabras, la salida del ser humano de lo controlable y predecible, la entrada en la era del cambio incesante, y por supuesto, esto pesa y cansa.
Desde el punto de vista económico, la liberad no es otra cosa que la economía moderna de mercado regida por la libre competencia, que no es otra cosa que el derecho que cada quien tenemos de competir con nuestro trabajo e ingenio y los frutos de los mismos por la elección soberana de un consumidor. Una economía libre no acepta la coacción del productor ni del consumidor sino que se basa en su consentimiento voluntario, y es justamente por ello que nos somete a una constante presión: la de ser mejores para ganarnos la voluntad de ser consumidores libres. Una economía libre no acepta la coacción del productor ni del consumidor sino se basa en el consentimiento voluntario y es justamente por ello que nos somete a una constante presión: la de ser mejores para ganarnos la voluntad de los consumidores libres y no ser desplazados del mercado. Es por ello que el capitalismo moderno tiene una capacidad tan extraordinaria de crear riqueza. Pero la hace de una forma exigente, dura, y bajo la amenaza de perder nuestra empresa o nuestro trabajo si no estamos alertas. Es por ello que es tan difícil querer al capitalismo, es por ello que su puro nombre produce una cierta incomodidad por no decir malestar. Y parafraseando a Churchill, "nunca tantos le han debido tanto a un sistema que ha sido querido por tan pocos."
La maldición del capitalismo, es la maldición de la libertad. Hoy existen por doquier cualquier cantidad de grupos que tratan de oponerse a la evolución de la sociedad. Se empeñan en un pasado que no tiene vuelta. La transición a la sociedad abierta provocará tremendos malestares e inconvenientes, nos recuerda Popper. La liberad es una especie de subversión contra el colectivo del pasado, que se niega a aceptar la evolución. Y la evolución es simplemente inevitable. El gran colectivo añejo nos insiste en retomar el rumbo. El colectivo cerrado no quiere tener un colectivo abierto, es decir, el lugar de los individuos autónomos.
La globalización no es más que una manifestación de las sociedades abiertas, es una expansión sin paralelos de nuestra libertad en todos sentidos. De hecho proviene del crecimiento acelerado de que permite la salida espectacular de grandes masas humanas de la pobreza en un tiempo tan corto. El mundo se achica y el enorme flujo comunicativo de la era de información hace llegar las ideas e influencias más diversas prácticamente a todos los rincones del planeta. La mayoría de las tradiciones han sido sometidas a juicio y cuestionadas, obligadas a justificarse, y finalmente forzadas a modernizarse o desaparecer.
La sociedad cerrada grita para detener el cambio. No le gusta la evolución y acostumbrada a imponerse al individuo, piensa que a la sociedad abierta la dirige una devastadora máquina llamada de diferentes maneras: "neoliberalismo, imperialismo yanqui, occidentalismo", y demás etcéteras.
Lo cierto es que los cambios no se pueden detener en la naturaleza, y el hombre mismo es parte de ella. Si Popper tenía razón, no deberían sorprendernos -afirma nuestro amigo liberal chileno Mauricio Rojas- la resaca colectivista con un claro sesgo totalitario que hoy vemos alzarse frente a todo este torbellino de libertad y cambio que llamamos globalización. Los movimientos anti globalización o los socialismos del XXI, el Estado Islámico, el populismo europeo y americano, así como el hinduísmo militante son un ejemplo de esta oposición.
Nos seguirá costando mucho dejar fluir nuestra evolución. Sin embargo, hagamos lo que hagamos, será inevitable el constante cambio. Que no se nos olvide jamás, que la evolución humana, no se ha detenido, ni se detendrá.