La Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados, aprobó con éxito, la propuesta de que el
apellido materno pueda anteceder al paterno en las futuras generaciones de
mexicanos si así lo desearan ambos padres, lo cual pareciera que esta
iniciativa es prudente, lógica y desde luego justa y equilibrada, donde se
puede privilegiar lo materno sobre lo paterno.
Mi nombre es Guillermo, mi apellido paterno es Rosas y el materno es
Álvarez. Pero supongamos que me llamo de ahora en adelante Guillermo Álvarez
Rosas, ¿con eso mi familia hubiera sido más maternalista
que machista?
Pues bien, tratemos de mirar despacio, ya que creo que hemos sido
engañados de nueva cuenta por esta falta de lógica en que suelen caer estos
grupos proteccionistas a los que les gusta proponer este tipo de iniciativas en
pro de la igualdad social.
El apellido materno de cualquier mexicano no es en realidad tan materno
como pudiera parecer, pues se trata en realidad del apellido paterno de nuestra
madre, es decir el apellido paternal
que se le impuso. Si yo hubiese sido Guillermo
Álvarez Rosas, en realidad mi primer apellido sería el de mi abuelo materno y
el segundo sería el de mi abuelo paterno. Es decir, seguiría envuelto en un asunto
estrictamente patriarcal, sólo que mi nombre tendría mayor carga paternal de la
familia de mi madre que la de mi padre, ¿dónde quedó entonces el supuesto
equilibrio de la maternalidad en el
apellido?
Y esta historia se repite en cada persona, ya que en realidad lo que
conocemos como apellido materno, es otro apellido paterno de una generación
anterior. De hecho, podemos proponer esta primicia: Todos los apellidos maternos son en realidad paternos de otros, de la
misma forma, todos los apellidos paternos, son maternos de otros. ¿Qué
hacer ante tal situación?, ¿cómo salir de este atolladero? Quizá llamarme
“Guillermo hijo de Irene y de Guillermo”, así sin apellido, para que mi nombre
quedara con la visibilidad para mi
madre y luego para mi padre. Qué tontería.
Sigamos suponiendo que soy Guillermo Álvarez Rosas, con mi apellido
materno como el principal. Supongamos ahora que la futura madre de mis hijos,
no hubiese tenido el privilegio de tener un apellido materno como el principal.
Además supongamos por sueño guajiro de quien escribe que fuera la mismísima
María Sharapova la hermosa madre. Si María y yo decidiéramos que su apellido, y
no el mío, fuera el principal, nuestro hijo estaría entonces registrado como
Miguelito Sharapova Álvarez. De esta forma Miguelito tendría el apellido de su
madre y portaría con orgullo también el apellido de la madre de su padre.
Miguelito sería dos veces materno. Ahora bien, ¿qué hará nuestro Congreso
mexicano si Miguelito es sumamente maternal y quisiera registrar a su hija
Petrita con el apellido materno de su madre? Legalmente Miguelito no podría
escoger el apellido materno de su madre para su hija Petrita, ¿no habríamos
cometido con Miguelito una injusta imposición su madre y yo?
En este tipo de absurdos suelen caer estas medidas que terminan siendo
ridículas. En busca de la inclusión y de la igualdad social, se llega muchas
veces a lo disparatado.
Claramente con este tipo de medidas no favorecemos en nada a evitar la
discriminación hacia la mujer, situación alarmante que debe ser tomada en
cuenta con acciones más objetivas. Esto tampoco ayuda disminuir las cifras
anuales de violencia doméstica ni de acoso sexual que no siempre son atendidas
debidamente por los Ministerios Públicos. Sobra decir que esta medida
irracional no invita a reflexionar sobre el claro sexismo en la publicidad, en
la que la mujer es considerada a menudo un objeto sexual.
Sucede lo mismo con las medidas equitativas que obligan a la sociedad a
ser gobernados por 50% diputados de sexo femenino y 50% de sexo masculino. ¿En
lugar de favorecer al sexo, no deberíamos hacerlo por su talento político en
los individuos no importando que hubiera más mujeres que hombres o al revés en
el Congreso de la Unión? Estas ideas tienen el mismo grado de estupidez que la
que tendría al obligar a un juez a sentenciar equitativamente los procesos
judiciales, donde debiéramos imponer algún castigo por equidad de género,
esperando tener en las cárceles a la misma cantidad de mujeres que de hombres. ¿Qué
acciones equitativas vienen después, obligaremos
a los guapos a tener novias feas y a los feos a tener novias guapas
en pro de una sociedad menos racista?, ¿Pluralizaremos con la @ o con la X como
hacen algunos grupos para demostrar su aparente actitud de inclusión y ganar
con ello mayor respeto social y por lo tanto un poder sutil?, ¿ordenaremos
modificar toda la lingüística para evitar los sexismos que invisibilicen a
todos los sectores?, ¿es necesario escribir mexican@s,
mexicanes o mexicanxs para que en esa palabra se sientan incluidos todos
los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, los adultos mayores, los
homosexuales, los bisexuales, los transgénero, las amas de casa, los bomberos,
los taxistas, los estudiantes y todos los etcéteras mexicanos?, ¿hasta qué ridículo
nos llevará la posmodernidad?
Por desgracia, estas ideas llenas de idealismos, son abrazadas
constantemente por muchos grupos que han olvidado la razón. Tal parece que es
más importante hoy en día que un discurso político esté carente de sexismos y
muestre un lenguaje incluyente, que lo que ocurre en realidad a nivel
individual y colectivo. Estas apariencias sociales hoy están de moda en hipsters y esnobs. Jugar a que somos más incluyentes no nos hace incluyentes.
Ningún lenguaje se cambia con reglas ni con imposiciones (sea cual sea). Son
las actitudes las que modifican por sí solas a los lenguajes. De la misma
manera que un simple apellido no transforma actitudes paternales en maternales,
o viceversa.