viernes, 21 de marzo de 2014

Por qué dejé de ser utópico y me concentré en ser liberal en todos los sentidos.

El liberal sabe que la sociedad (supuestamente) perfecta es la negación de la sociedad abierta. El liberal sabe que no existe ningún criterio racional para decidir cuál es la sociedad perfecta. Sabe que en todo utópico se oculta un aventurero. Resueltamente contrario a la violencia de la utopía, el liberal rechaza el constructivismo, es decir, la concepción según la cual todas las instituciones y todos los acontecimientos sociales serían fruto de males intencionados, de explícitos proyectos queridos y realizados. El liberal propone una teoría evolutiva de las instituciones (lenguaje, dinero, derecho, etc.), a diferencia de su contrario el utópico, que propone el derrocamiento de las mismas en favor de lo que él cree saber. El liberal advierte al científico social que no aparte la mirada de la emergencia de consecuencias no intencionadas de programas explícitamente ideados, y de este modo, el liberal rechaza la teoría conspiratoria de la sociedad, según la cual todos los hechos desagradables y acontecimientos sociales negativos serían el resultado de proyectos o conjuras organizadas por gente malvada, y la rechaza precisamente porque la inevitable aparición de consecuencias no intencionadas de acciones humanas intencionadas demuestra que pueden existir fracasos sin culpa y logros sin mérito.

La gran conspiración: el grupo de "malvados" construye las sociedades y los sistemas políticos para "oprimir" a los más débiles. Los medios usados: capitalismo, religión, patriarcado, lenguaje, género, etc. 


La tradición del pensamiento liberal se opone a los pensadores utópicos ante todo por motivos políticos: el utópico es un totalitario. Pero tras esta crítica hay una toma de posición de carácter de supuesto conocimiento: el utópico presume de que conoce el todo, el todo de la sociedad, presume que sabe qué es el mal y qué es el bien, y presume conocer al hombre perfecto.

El utópico propone una ciudad ideal, una humanidad distinta que no tenga nada que ver con la miseria y el dolor de nuestro bajo mundo. El utópico quiere cambiarlo todo. Quiere comenzar de nuevo. Y quiere hacerlo porque está convencido de que la historia que hasta ahora han vivido los hombres no es más que una prehistoria. El utópico piensa rutinariamente que es el super ingeniero de la sociedad y de la historia. Y este es el típico razonamiento del utópico: si hay que cambiarlo todo, y si es preciso comenzar de nuevo, ¿qué sentido puede tener la solución de problemas particulares?.




El utópico quiere transformar lo que no le gusta, y está convencido de que lo que no le gusta, a nadie nos conviene.


El utópico termina siendo un inmoral, ya que siempre exige un sacrificio real de una generación en aras de la ilusoria felicidad de las generaciones futuras, olvidando por completo que todo hombre es un fin: toda generación es siempre un fin, no un medio. Pero además de inmoral, el utópico carece también de base desde el punto de vista crítico, ya que cambiarlo todo y de una vez para siempre es imposible. Además, suponiendo que fuera posible cambiarlo todo, es claro que habría que empezar por alguna parte, afrontar los problemas particulares. Y la solución de un problema crea otros, a veces más graves y más alarmantes que los resueltos. El utópico es iluso.

Más aún: si es cierto todo lo que acabamos de decir, de ello se desprende que ni siquiera es posible recomenzar de nuevo. Somos herederos de una tradición, hemos sido forjados por una tradición. Si queremos llegar a algún punto desde un puerto cualquiera, será preciso en todo caso partir, y con determinados medios más bien que otros. No podemos realmente volver a empezar de nuevo. Y si esto fuera posible, entonces en la perspectiva biológica deberíamos empezar de nuevo a competir con la ameba, y desde el punto de vista cultural no llegaremos más allá del punto al que llegó Adán cuando murió, o a lo sumo, llegaríamos al hombre de Neanderthal. El utópico es un reaccionario.

El utópico ha cedido a la tentación de la serpiente y cree que conoce el bien y el mal. Basándose en este supuesto conocimiento, quiere construir un hombre supuestamente perfecto; no le interesan los sufrimientos de estos hombres que sufren y viven el mal aquí y ahora. Sus ideas no están en función de los hombres, sino que éstos están en función de sus ideas, de sus iluminados. El utópico es un dogmático.

El utópico quiere acabar con todo y hacer tabla rasa de lo que existe, borrar la prehistoria de la humanidad. Y quiere hacerlo porque está convencido de que lo conoce todo. El utópico se presenta como quien posee la verdad total, última y definitiva, y de ello deduce que los demás, todos los demás, están en el error, enajenados, ciegos por sus intereses y por su fe ilusoria. Y como nos lo demuestran todas las aventuras totalitarias, el camino más corto para obtener el consenso y para convertir a los demás del error a la verdad es el "terrorismo intelectual", y luego la tortura, la cárcel, la censura, el asesinato político, la intimidación moral, el manicomio.