lunes, 24 de febrero de 2014

El principio de la solidaridad en el liberalismo.


Asegurar una renta mínima a todos, o un nivel bajo el cual nadie caiga cuando no puede cuidar de sí mismo, no sólo es una protección absolutamente legítima contra riesgos comunes a todos, sino que es una exigencia necesaria de la Gran Sociedad.
Friedrich A. Hayek

Desde la derecha, y más aún desde la izquierda, y por parte de muchos católicos, se apela al valor de la solidaridad para criticar la economía de mercado. La economía de mercado -se dice- es exactamente lo opuesto a la solidaridad. Se ve la competencia como una guerra, que obviamente, margina a los vencidos. El beneficio no sería otra cosa que un robo. El mercado -se añade- es despiadado: lo aplasta todo y a todos, no se percata ni siquiera de la existencia de personas que, como por ejemplo los que sufren alguna minusvalía, no pueden siquiera participar en la competencia, y las críticas se convierten en un rechazo tajante y total del mercado cuando se señala a esa cosa horrible que es la compra-venta de armas mortales. El mercado de armas es uno de los argumentos que más emplean contra la economía de mercado.

No se trata, desde luego, de poner en duda las buenas intenciones de quienes -católicos o no- son contrarios al mercado en nombre de la solidaridad, con los más humildes, con los menos favorecidos, con todos aquellos que tienen urgente necesidad de cuidados indispensables y de ayuda. Pero como es sabido, de buenas intenciones están empedradas las vías del infierno. No se trata pues, de intenciones. Éstas las ve Dios. Para nosotros en la perspectiva política, lo que cuenta son los resultados de esos proyectos intencionales. Y los resultados del rechazo del mercado en nombre de la solidaridad son y han sido literalmente desastrosos, tanto para libertad, como para el bienestar de millones y millones de hombres. Sin la economía de mercado, sin la propiedad privada de los medios de producción, no es posible una auténtica democracia, un Estado de derecho y ninguna libertad individual está garantizada. Y si la economía de mercado es la base de la libertad política, es también la fuente más segura del bienestar más extenso, ya que es precisamente la economía de mercado la que ha demostrado ser el instrumento más adecuado, entre todos los disponibles, para producir riqueza para el mayor número de personas. Por consiguiente, si no queremos que la solidaridad se reduzca a una recíproca lamentación de nuestras miserias (o peor aún, el desvío -es decir, el robo- de recursos de quien produce a clientes parásitos cuyo oficio es ser electores entonces debemos afirmar -intelectualmente convencidos y moralmente motivados- que es la economía de mercado la que se configura como un auténtico instrumento de la solidaridad. Sin duda, una sociedad que haya abrazado la economía de mercado no es si será nunca el paraíso. En todo caso, es decididamente preferible dividir en partes desiguales la riqueza en un mundo de libertad y de paz en dividir en partes siempre y en todo caso desiguales la miseria en un mundo de opresión en el cual se impone necesariamente el principio de que “quien no obedece no come”.
Se mira al mercado de armas y al tráfico de drogas y se rechaza la lógica de mercado. ¿Es éste un argumento convincente? Sería como afirmar que es preciso abolir la ciencia porque la física ha descubierto la energía nuclear y la química nos ha dado a conocer los efectos del peyote. Pero es evidente que si uno emplea el veneno para matar a otra persona, la culpa no es del veneno ni de la ciencia; sólo el asesino es el culpable y malvada su ética. Análogamente si alguien se beneficia con el comercio de armas, el culpable no es el mercado, sino quienes compran y venden armas con una ética inhumana.
Se dice que los defensores de la economía de mercado son ciegos y sordos ante los sufrimientos de los más débiles, y que quieren un Estado que funcione, pero que funcione sólo para los ganadores. Pero precisamente sobre este punto, sobre las funciones del Estado y la defensa de los más débiles, son dignas de la más atenta consideración las reflexiones del más ilustre representante del liberalismo actual, es decir, Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía 1974.
Hayek está convencido de que el servicio postal del Estado es totalmente ineficaz; propone la abolición del monopolio monetario estatal (que se ha empleado para defraudar y engañar a los ciudadanos); combate el monopolio estatal de la televisión y de la enseñanza. A pesar de todo, en Derecho legislación y libertad escribe: "Lejos de propugnar un 'Estado mínimo', consideramos indispensable que en una sociedad avanzada el gobierno no tenga que emplear el propio poder para recolectar fondos a través de impuestos para ofrecer una serie de servicios que por diversas razones no puede ofrecer –o no puede hecerlo en la forma adecuada- el mercado”. Tan es así, afirma Hayek, que muchas de las comodidades capaces de hacer tolerable la vida en una ciudad moderna las proporciona el sector público: “la mayor parte de las carreteras (…), la fijación de los índices de medida, y muchas otras clases de información que van desde los registros catastrales, mapas y estadísticas, a los controles de calidad de algunos bienes y servicios”.
Para Hayek, la esfera de las actividades no vinculadas por leyes gubernamentales es muy amplia. Es cierto que exigir el respeto a la ley, la defensa de los enemigos extranjeros, el campo de las relaciones internacionales son actividades del Estado. Pero ciertamente hay algo más, ya que “pocos pondrán en duda que sólo esta organización (dotada de poderes coactivos: el Estado) pueda ocuparse de las calamidades naturales, como huracanes inundaciones, terremotos, epidemais, etc., y adoptar medidas capaces de prevenirlas o remediarlas. Y así es evidente que el gobierno debe controlar ciertos medios minerales y ser esencialmente libre de emplearlos según su propia discreción”.
Pero hay –y aquí las consideraciones que siguen son de extrema importancia y desmienten bastantes interpretaciones apresuradas y ciertamente no documentadas del pensamiento de Hayek- “hay aún –escribe Hayek- toda una clase de riesgos respecto a los cuales sólo recientemente se ha reconocido la necesidad de la acción de gobierno debido al hecho de que, como resultado de la disolución de los vínculos de la comunidad local y el desarrollo de una sociedad abierta y móvil, un grupo creciente de personas no está estrechamente ligado a grupos particulares con los que contar en caso de desgracia. Se trata del problema de quienes por razones diversas, no pueden ganarse la vida en una economía de mercado, tales como enfermos, ancianos, minusválidos físicos o mentales, viudas y huérfanos –es decir, quienes sufren condiciones adversas, que pueden afectar a cualquiera y contra las que muchos no son capaces de defenderse por sí mismos, pero que una sociedad que haya alcanzado un cierto nivel de bienestar puede permitirse ayudar”.

Una sociedad que haya incorporado la “lógica del mercado” puede permitirse la consecución de fines humanitarios porque es rica: puede hacerlo mediante actuaciones al margen del mercado y no a través de maniobras que sean correcciones del mercado mismo. Pero he aquí la razón por la que –según Hayek- debe hacerlo: “Asegurar una renta mínima a todos o un nivel bajo el cual nadie caiga cuando no pueda proveer por sí mismo, no sólo es una protección absolutamente legítima contra riesgos comunes a todos, sino que es una función necesaria de la Gran Sociedad en la que el individuo no puede apoyarse en los miembros del pequeño grupo específico que ha nacido”. En realidad, subraya Hayek, “un sistema que invita a dejar la relativa seguridad que se tiene perteneciendo a un grupo restringido, probablemente producirá fuertes descontentos y reacciones violentas, cunado quienes disfrutaron antes de los beneficios se encuentren, sin culpa alguna, desprovistos de ayuda, porque ya no tienen capacidad de valerse por sí mismos”.